LA FORTALEZA
En su vieja prisión estuvo preso Jean de la Valette, que bien podría hablarnos de cómo se puede llegar a lo más bajo -fue sentenciado a pasar cuatro meses en un agujero cavado en una de esas celdas por golpear a un sirviente- y ascender, desde allí, a lo más alto, la dignidad de Gran Canciller y el honor de dar su nombre a la capital de Malta, La Valeta.
La Ciudadela de Victoria o Rabat resume toda la isla, además de ser una atalaya desde la que contemplarla casi al completo. Allí se instalaron los primeros pobladores del archipiélago, de origen desconocido, que llegaron desde Sicilia hace más de seis mil años. Ya era el centro neurálgico de la isla en el Neolítico; así, en la Edad del Bronce, hace casi tres mil años, fue fortificada, de modo que ya sintieron la necesidad de utilizar ese promontorio rocoso para vigilar y defenderse. Los fenicios, que aparecieron por aquí en el año 1.000 a.C., la convirtieron en una acrópolis; griegos, cartagineses y, finalmente, los romanos -que hicieron de Gozo una municipalidad privilegiada e independiente de Malta- la completaron, construyendo en el centro un templo a la diosa Juno, sobre el que hoy se encuentra la Catedral de Gozo. Qe presidiera la isla la diosa madre es congruente con esta isla, definitivamente femenina. En sus imponentes muros se puede ver la mano de los normandos, los españoles -aragoneses, concretamente- y de la Orden de Malta, que la reconstruyó en el siglo XVI, después de mil y un saqueos por parte de los turcos y los piratas norteafricanos, pero en 1551 tuvo lugar la madre de todos los asedios, en el que los turcos consiguieron matar, de forma violenta o por hambre, a la mayor parte de los 5.000 gozitanos que entonces vivían en la isla y esclavizar al resto, dejando sólo a cuarenta ancianos y discapacitados, que tardaron cincuenta años en rehacerse como pueblo -junto con los repobladores malteses y quienes, con los años, consiguieron volver- y en rehacer, con la ayuda de la Orden, la Ciudadela. Hasta 1637 no se les fue el miedo del cuerpo y, cada noche, los isleños subían a la Ciudadela para dormir allí, a resguardo de quienes surcaran el mar nocturno con malas intenciones.
Hoy, recién restaurados los accesos por la Unión Europea, cuenta con un centro de visitantes muy recomendable.